Al día siguiente de colgar el anuncio en la web recibí más e-mails de hombres interesados en quedar conmigo, generalmente algunos se describían físicamente aunque eso a mí me importaba bien poco, me decían su edad , que era lo que les había gustado de mi anuncio (algo peculiar sin duda que alguien destaque y elogie el cómo publicas un anuncio pidiendo sexo gratis, sin duda). Otros eran menos educados por decirlo de alguna manera y directamente me daban sus números de teléfono para que los llamara y quedar, algo que a mí a día de hoy me sigue sorprendiendo porque yo soy una persona muy celosa de mi intimidad y se me hace casi imposible darle mi número de teléfono privado a un desconocido y menos si esa persona sé para que me va a llamar y seguramente me apremie para quedar cuanto antes y eso a mí no me gustaba, así que o bien borraba ese tipo de e-mails o simplemente los dejaba apartados a un lado, no descartaba a no ser que tuvieran serias faltas de ortografía (lo siento pero con eso si que no puedo, vale se te puede escapar alguna es normal, errare humanun est, pero que de una línea de 10 palabras 8 de ellas contengan faltas es ya pasarse creo yo).
Después de la clasificación procedía a agregarlos a la cuenta de Messenger y allí hablaba con unos y con otros a veces tenía hasta siete conversaciones abiertas y era bastante lioso cabe decir, pero a medida que pasaban las horas y los días la lista de personas se iba reduciendo cada vez más y finalmente me centre en A.
A decía ser un hombre en la línea de los treinta, pronto descubrí que estaba más cerca de los cuarenta y tantos que de los treinta y tantos. Era de estatura media no llegaba al metro ochenta pero se le acercaba bastante, tenía el pelo moreno si bien es cierto que le empezaba ya a ralear, físicamente era normal, lo típico de un hombre de su edad con un poquillo de tripilla cervecera pero tampoco en exceso, he de decir que no estaba del todo mal. Tenía don de palabra, con un toque cómico muy sutil ya que por lo general era serio pero de vez en cuando, cuándo le mirabas a los ojos podías ver algo especial en ellos, como una chispa que no sabría describir bien pero que daba muy buenas sensaciones, me encontraba a gusto con él.
La primera vez quedamos en la estación de trenes de Alicante, su ciudad, y nada más vernos me beso en los labios con una confianza y soltura que me dejaron perpleja y excitó al mismo tiempo , me introdujo su lengua cálida con un cierto regusto a tabaco en mi boca y eso me excito bastante, aún a día de hoy no sé por qué me excité tanto supongo yo que sería por la necesidad de sexo con alguien, por la tensión sexual previa al coito que casi siempre me pasa o porque me pareció bastante atractiva esa seguridad suya, pero en aquel momento sólo tenía clara una cosa sentía un inevitable deseo de ver su polla, de tocarla, de tenerla ya entre mis manos. De camino al hotel me excitaba el pensar en ese momento exacto en el que te penetran y sientes como te llenan, ese momento delicioso en que todo tu cuerpo vibra y clama con pasión el ser deleitado con semejante placer. Con esas ganas de ser follada como nunca llegamos a la habitación, me bloquee bastante al verme ya allí. El verme delante de él, con unas ganas irremediables de follar pero con una timidez muy habitual en mi que siempre he odiado sobre todo en situaciones como esas. Él por suerte creo que no se dio cuenta (o al menos eso me hago creer a mi misma), creí notar también cierto grado de nerviosismo en él.
De repente un pánico atroz atenazó mi cuerpo, mil cosas pasaron por mi mente cada una peor que la anterior estaba casi por irme, estaba sentada en el borde de la cama en tensión esperando que hiciera algo fuera de lo normal para salir huyendo. Pero en lugar de eso, se acerco por mi lado derecho me dijo que le gustaba mucho, que le excitaba mucho y empezó a besarme el cuello y a tocarme los pechos. A medida que me decía lo expectante que había estado toda la semana esperando ese momento disipaba mis dudas de última hora.
Esa seguridad patente en su voz, ese deseo, esa excitación evidente en su respiración a medida que me tocaba los pechos me relajó, me hizo volverme y empezar a besarle no porque el insistiera si no porque ese pánico atenazador se disolvió tan rápido como había llegado y fue rápidamente sustituido de nuevo por la excitación.
Me fui humedeciendo rápidamente con sólo en pensar en el sexo y sobre todo en el sexo con él.
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